sábado, 10 de abril de 2010

Costa Azul (parte 2)


La carretera que nos llevó a Italia me pareció fascinante: era una vía en las alturas, desde donde se contemplaban los pequeños pueblos costeros, con sus puertos y sus pintorescas casitas. Nuestro combustible se terminaba, así que los del Fiesta decidimos desviarnos hacia uno de los poblados: Bordighera. Fue la primera vez que nos comunicamos con italianos para localizar una estación de servicio. Cargamos el tanque y retomamos la autopista, sin olvidar unas cuantas fotografías para el recuerdo. Más adelante en la ruta nos desviamos nuevamente –ahora por puro gusto- en el pueblo de Andora. El frío arreciaba, entonces nos detuvimos en la cafetería “Los Amigos” para tomar un rico capuccino caliente.




Llegamos a Génova cerca de las 6 de la tarde. Nos recibió la imagen de una gran ciudad industrializada: cortinas de metal, maquinaria pesada y grúas que obstruían la vista a la playa. Calles serpenteantes nos llevaban sin rumbo aparente, hasta que una amable señora a bordo de su camioneta, se ofreció a guiarnos hacia el hostal. Mientras tanto, los demás tripulantes habían recogido a Aranza de la estación de autobuses, y con un miembro más, turisteaban por el centro. Pronto regresaron al hostal a reunirse con nosotros, y juntos salimos a ver la ciudad a obscuras. Tomamos algunas cervezas y disfrutamos de la noche entre risas, bailes y charlas internacionales.


Nos costó levantarnos el domingo, pero nos esperaba la hermosa ciudad de Turín. Llovía y hacía más frío de lo esperado. Al llegar al centro, nos abrigamos bien y quisimos conseguir un mapa, pero la máquina expendedora se robó nuestro medio euro. Guiados por la intuición, caminamos por la Vía Po; pasamos por el Museo de la Mole, vimos el río y los bellos puentes, probamos los “gelatos” y compré un libro en un puesto callejero. Al atardecer nos dirigimos al hostal, ubicado a las afueras. Nos pesaba el cansancio después de tantos días de intenso viaje, y renegamos aún más cuando encontramos carreteras bloqueadas que nos hicieron dar varios rodeos para poder llegar. Al final pudimos descansar un poco en las habitaciones, sólo para esperar la hora de salida del autobús de Aranza. La llevamos a la estación, cenamos, y nos fuimos a dormir. Ana estuvo feliz de que su hermana hubiese podido acompañarnos, aunque fuera un par de días.


El lunes visitamos el centro de entrenamiento de la Juventus. Estaba cerrado, pero tomamos fotos desde afuera. Turín se despedía de nosotros con un lindo sol y la vista de los Pirineos nevados en el horizonte. Tomamos la carretera a Lyon, pero como se hizo costumbre, los viajeros del Fiesta tomamos algunas desviaciones para conocer los pueblitos que encontrábamos en el camino.


La primera parada la hicimos en Carrefour, donde nos surtimos de víveres y donde finalmente encontré el famosos Ratatouille, un platillo originario de Niza que se me había estado escondiendo. Ya con provisiones, fuimos a caer en un poblado para esquiadores, cuyas calles estaban adornadas con nieve acumulada (probablemente del día anterior); después estuvimos al borde de un lago con casitas como de cuento, y más adelante seguimos el cauce de un río junto a la carretera federal. Fue quizás un largo trayecto, pero sin duda el más divertido. El estéreo tocaba a Andrés Calamaro y a Fito Páez, y yo coincidía en que “me gusta estar al lado del camino”.


Cuando llegamos a Lyon, la oficina de Turismo había cerrado. Nos dirigimos al hostal, donde nos recibió un simpático gato y su orgullosa dueña, que nos entregó las llaves de la habitación y nos proporcionó un mapa. Luego tomamos el metro y el funicular, y llegamos a la parte más alta de la ciudad, donde se ubica la “Basilique Notre Dame de Fourvière”. Tuvimos una majestuosa vista nocturna de la metrópoli, fotografiamos la catedral y la réplica de la Torre Eiffel, y bajamos caminando por unas escaleritas interminables (456 escalones, según Tay). Pasamos por el Museo de Bellas Artes, el teatro de la Ópera, la plaza roja y cruzamos los dos ríos que atraviesan Lyon.

Por la noche, salimos todos juntos a brindar por el término de nuestro viaje. Al día siguiente emprenderíamos el regreso a San Sebastián, para dar fin a la travesía de Semana Santa. Tomamos unas cervezas y compartimos lo que una y otra tripulación vivimos por separado, y también recordamos los momentos relevantes que pasamos en conjunto. Aunque estábamos agotados, fue una buena manera de despedir el paseo.


El martes nos esperaba un largo recorrido: más de 800 kilómetros, según el GPS. Ambos automóviles nos mantuvimos juntos lo más posible, e hicimos una escala en la ciudad amurallada de Carcassonne. Un castillo medieval era el punto de encuentro para los visitantes, y al interior, había una serie de callejuelas repletas de tiendas y cafés.


El resto del viaje lo pasamos tranquilo, entre canciones y charlas de carretera, haciendo lo posible por mantenernos despiertos y darle apoyo moral al conductor. Llegamos a Donostia cerca de las 12 de la noche, exhaustos pero satisfechos por el exitoso viaje, y esperando una nueva oportunidad para tomar la autovía hacia un destino distinto.

1 comentario:

  1. Ke padrisimo!!!!!!!!
    Me da mucho gusto ke se hayan aventurado y divertido (:

    Sigue asi mi amor y disfrutalo muchisimo!

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