domingo, 18 de julio de 2010

La Sagrada Familia


Los últimos días en Donosti fui la agregada cultural de este gremio de erasmus, entre mexicanos y chilenos, habitantes de la calle Sagrada Familia. Cuando pensé que la aventura en el extranjero estaba casi terminada, tuve la oportunidad de añadir este capítulo anexo: la odisea de vivir junto a otras seis personas, en un pequeño pero acogedor piso, sin agua caliente pero con mucha calidez en el trato entre unos y otros.

Fueron días peculiares: se atravesaba el mundial, continuaban las despedidas de amigos, los paseos estaban impregnados de un aroma nostálgico, pero siempre predominó la diversión y la buena onda. Alexa, Kris, Rodrigo, Eduardo, Moni e Itzel me regalaron un final feliz en mi historia en San Sebastián. ¡Gracias, po!

martes, 6 de julio de 2010

Un mes de viaje y veintiún años


En Junio fue mi vigésimo primer aniversario. No solo por eso fue un mes extraordinario, sino también porque incluyó una larga jornada de viaje que llevaba tiempo en la lista de pendientes. Fue un mes de viajar y más viajar, de abusar de mis pies y de mis ojos para abarcarlo todo en poco tiempo; fue probar apenas un bocado del mundo que quisiera comerme, junto a un buffet de experiencias que se quedarán para la posteridad.


La primera fase de la aventura fue protagonizada por Ana y por mí. Después de los exámenes y trabajos escolares, dejamos apenas un par de días para concretar los últimos detalles. Acordamos los trayectos, destinos y hostales, valiéndonos del internet prestado del Uda Berri y otras cafeterías cercanas, porque “Zyxel”, nuestra red inalámbrica vecinal, no quería cooperar.


En un itinerario que incluyó Zaragoza, Roma, Viena, Zúrich, Berna, París y Burdeos, así como recorridos en avión, trenes, buses y tranvías, las dos viajeras tuvimos de todo: exposiciones de arte, iglesias góticas y renacentistas, charlas internacionales, hostales diversos, siestas en la hierba, degustaciones gastronómicas, caminatas (diurnas y nocturnas), ríos, lagos, viento, lluvia y sol.

Doce días después de zarpar, Ana y yo regresamos a San Sebastián a tomar un respiro y entregar nuestra casa, y lo más importante: a recibir a mi hermano y a mis padres, que venían a verme y a convertirse en mis nuevos compañeros de viaje. Le dimos cuerda otra vez a los pies para poder asomarnos a Donostia, Biarritz, París, Milán, Venecia, Verona, Florencia, Roma, Turín, Génova Girona y Barcelona.


A sus cincuenta, mis padres pueden presumir de un jovial espíritu de exploración. Sus cámaras implacables fueron aliadas en un recorrido intenso que duró dos semanas, y tuvo sus reveses, improvisaciones y ajustes pertinentes a la ruta. El día 26, mi cumpleaños, la aventura llegaba a su fin: despedí a papá y mamá en la estación y salí a festejar con mis amigos de Donosti, a la orilla del Mar Cantábrico.


Cada eurito invertido en esta aventura valió su peso en oro, porque nada ha sido más enriquecedor que vivir con intensidad a pasos de trotamundos, ampliar los horizontes y la conciencia y conocerme a fondo, sin parámetros establecidos, y con una curiosidad libre e inmensa que me mantuvo en marcha un mes entero, a pesar del agotamiento, el mal clima o el bajo presupuesto. Abrimos la mente al mundo europeo, con actitudes ejemplares y deficiencias, con aciertos en la dinámica social y carencias en el trato cara a cara. Viví Europa y sus mil matices, su belleza y, por qué no decirlo, su envidiable nivel de vida.

Hoy más que nunca deseo regresar a Guadalajara a reencontrarme con todo ese mundo que dejé en pausa; pero eso mismo supone un reto, porque me da miedo cómo me recibirá mi mundo. Temo enterarme de todo lo que cambió, o peor aún, de todo lo que sigue igual. Estoy ansiosa por volver a mi casa, a probar la comida mexicana, a dormir en mi cama de princesa, a pasar la tarde con mi Diego, a ver a mis amigos y mi familia, a cuidar de mi gato y mi perro. Cuento los días, emocionada y nostálgica. Ya no falta nada, me fui un ratito y estoy por llegar.