domingo, 18 de julio de 2010

La Sagrada Familia


Los últimos días en Donosti fui la agregada cultural de este gremio de erasmus, entre mexicanos y chilenos, habitantes de la calle Sagrada Familia. Cuando pensé que la aventura en el extranjero estaba casi terminada, tuve la oportunidad de añadir este capítulo anexo: la odisea de vivir junto a otras seis personas, en un pequeño pero acogedor piso, sin agua caliente pero con mucha calidez en el trato entre unos y otros.

Fueron días peculiares: se atravesaba el mundial, continuaban las despedidas de amigos, los paseos estaban impregnados de un aroma nostálgico, pero siempre predominó la diversión y la buena onda. Alexa, Kris, Rodrigo, Eduardo, Moni e Itzel me regalaron un final feliz en mi historia en San Sebastián. ¡Gracias, po!

martes, 6 de julio de 2010

Un mes de viaje y veintiún años


En Junio fue mi vigésimo primer aniversario. No solo por eso fue un mes extraordinario, sino también porque incluyó una larga jornada de viaje que llevaba tiempo en la lista de pendientes. Fue un mes de viajar y más viajar, de abusar de mis pies y de mis ojos para abarcarlo todo en poco tiempo; fue probar apenas un bocado del mundo que quisiera comerme, junto a un buffet de experiencias que se quedarán para la posteridad.


La primera fase de la aventura fue protagonizada por Ana y por mí. Después de los exámenes y trabajos escolares, dejamos apenas un par de días para concretar los últimos detalles. Acordamos los trayectos, destinos y hostales, valiéndonos del internet prestado del Uda Berri y otras cafeterías cercanas, porque “Zyxel”, nuestra red inalámbrica vecinal, no quería cooperar.


En un itinerario que incluyó Zaragoza, Roma, Viena, Zúrich, Berna, París y Burdeos, así como recorridos en avión, trenes, buses y tranvías, las dos viajeras tuvimos de todo: exposiciones de arte, iglesias góticas y renacentistas, charlas internacionales, hostales diversos, siestas en la hierba, degustaciones gastronómicas, caminatas (diurnas y nocturnas), ríos, lagos, viento, lluvia y sol.

Doce días después de zarpar, Ana y yo regresamos a San Sebastián a tomar un respiro y entregar nuestra casa, y lo más importante: a recibir a mi hermano y a mis padres, que venían a verme y a convertirse en mis nuevos compañeros de viaje. Le dimos cuerda otra vez a los pies para poder asomarnos a Donostia, Biarritz, París, Milán, Venecia, Verona, Florencia, Roma, Turín, Génova Girona y Barcelona.


A sus cincuenta, mis padres pueden presumir de un jovial espíritu de exploración. Sus cámaras implacables fueron aliadas en un recorrido intenso que duró dos semanas, y tuvo sus reveses, improvisaciones y ajustes pertinentes a la ruta. El día 26, mi cumpleaños, la aventura llegaba a su fin: despedí a papá y mamá en la estación y salí a festejar con mis amigos de Donosti, a la orilla del Mar Cantábrico.


Cada eurito invertido en esta aventura valió su peso en oro, porque nada ha sido más enriquecedor que vivir con intensidad a pasos de trotamundos, ampliar los horizontes y la conciencia y conocerme a fondo, sin parámetros establecidos, y con una curiosidad libre e inmensa que me mantuvo en marcha un mes entero, a pesar del agotamiento, el mal clima o el bajo presupuesto. Abrimos la mente al mundo europeo, con actitudes ejemplares y deficiencias, con aciertos en la dinámica social y carencias en el trato cara a cara. Viví Europa y sus mil matices, su belleza y, por qué no decirlo, su envidiable nivel de vida.

Hoy más que nunca deseo regresar a Guadalajara a reencontrarme con todo ese mundo que dejé en pausa; pero eso mismo supone un reto, porque me da miedo cómo me recibirá mi mundo. Temo enterarme de todo lo que cambió, o peor aún, de todo lo que sigue igual. Estoy ansiosa por volver a mi casa, a probar la comida mexicana, a dormir en mi cama de princesa, a pasar la tarde con mi Diego, a ver a mis amigos y mi familia, a cuidar de mi gato y mi perro. Cuento los días, emocionada y nostálgica. Ya no falta nada, me fui un ratito y estoy por llegar.

domingo, 23 de mayo de 2010

Ciudad de arena


El paisaje color café que se veía desde la ventanilla del avión fue la primera estampa que tuvimos de Marrakech. Apenas llegábamos a ese lugar que tanta curiosidad nos provocaba, por las historias que nos habían contado sobre la tierra marroquí.

De pronto nos encontrábamos en un sitio sin pies ni cabeza: callejones serpenteantes, gente hablando en todos los idiomas, calles por las que circulaban autos, motos, bicicletas y carros de caballos, y por supuesto un clima árido y un sol que dificultaba el pensamiento.


Llegar al riad fue como encontrar un oasis. Era un hostal peculiar, ubicado en una verdadera casa árabe, con puertas de madera grabada, mosaicos y palmas. Nos recibieron con té de menta y nos orientaron sobre los lugares que había para visitar.


Recorrimos el mercado, ubicado en la plaza Jemaa El Fna. Estaba impregnado de un aroma a especias. En realidad la ciudad entera tenía ese olor; lo percibíamos en las calles y en los negocios; salía de las ventanas de las casas y de los restaurantes. Debía ser alguna hierba que daba sabor a la comida tradicional, porque el cous cous y los tagines tenían ese mismo gusto.


Dentro del souk, los comerciantes son astutos, insistentes, políglotas. Pueden hacer ofertas en francés, español, inglés, portugués, italiano; si no lo saben hablar, lo inventan. Te muestran un producto, y otro, y otro; te marean, bajan el precio una y otra vez. Aceptan euros o dirhams, al fin ellos siempre salen ganando.


Por la ciudad, se vuelve visible y palpable que la gente vive su religión. Las mujeres cubren su cabeza y su rostro, los hombres se arrodillan a orar en dirección a la mezquita; el islam se hace presente. Probablemente esa convicción y ese sentido de pertenencia a una cultura, agranda la admiración de nosotros los occidentales por el extraño mundo musulmán.


¡Y qué decir de los palacios! magníficas piezas arquitectónicas dignas de un sultán, labradas con el más fino detalle: desde los azulejos en los pisos hasta los techos minuciosamente decorados, pasando por los mosaicos en los muros, las ventanas, las fuentes y los candiles.


Marruecos resultó ser una mezcla entre lo inaudito y lo familiar. Más allá de todas las diferencias, no dejaba de encontrar similitudes con México, como los contrastes entre las zonas opulentas y los barrios pobres, el paisaje pintoresco y el arraigo de las tradiciones. Sin duda algo queda en nosotros de la cultura árabe, heredada de los españoles, quizás más de lo que podríamos sospechar.

lunes, 10 de mayo de 2010

Para mi mamá


Es muy raro que, en pleno 10 de mayo, no me siento bombardeada por anuncios publicitarios de productos para regalar a mamá, como me había ocurrido cada año desde que tengo memoria. En México debe ser una de las festividades más importantes, quizás de las más rentables, porque tenemos a la madre en lo más alto, y por ella hay que darlo todo, incluyendo la serenata y el ramo de flores en este día especial.

Aquí en España el día de la madre ya pasó. Sin pena ni gloria, se festejó durante el fin de semana, y no escuchamos serenatas, ni vimos montones de floristas, ni ofertas de electrodomésticos. ¡Pero yo soy mexicana! y por eso hoy me da harto gusto felicitar a mi madrecita santa, enviándole un abrazo virtual a tantos kilómetros de distancia :)

A veces critican este día por aquellos que sólo valoran el esfuerzo maternal en esta fecha, pero la verdad yo no me pongo el saco, porque yo agradezco infinitamente tener una mamá que se preocupa por mi durante los 365 días; que ha construido conmigo un lazo de confianza y de cariño; que me ha dado el apoyo que he necesitado en cada etapa, sobre todo ahora que estoy viviendo mi intercambio.

Y como sé que vas a leer esto, madre, te agradezco por seguir mis aventuras en el blog, por mandarme mails y contarme como va todo en Guadalajara, por llamarme (o constestarme el teléfono) con un saludo feliz que me alegra y me hace sentirme cerca.

Gracias, gracias, gracias por la calidez de siempre, por la atención, la preocupación, la diversión, los mimos, los consejos, las palabras de aliento, los ánimos, las comidas, los raites, las compañías, las ayudas, los besitos de buenas noches…

Que pases un día increíble, y ten en cuenta que pensaré en ti, y que tendré que guardar el festejo para cuando nos veamos. ¡Te adoro, madre mía!

La isla esmeralda


Me estoy dando cuenta de que los viajes y paseos tienen un “no-se-qué” que contribuye al crecimiento personal. Debe ser algo similar al calcio que tiene la leche, que no se ve pero se necesita, y si lo consumes con regularidad, te mantienes saludable. Lo mejor de ellos es que vienen en todas las formas y colores. No importa el tiempo que duren ni el medio de transporte que se utilice, lo importante es el montón de experiencias e imágenes que te llevas contigo, que valen más que cualquier souvenir.

Nuestra última aventura fue en el místico territorio irlandés, en Dublín, la ciudad capital. Estuvimos apunto de no irnos por el cierre de los aeropuertos europeos, debido a la nube de polvo que arrojó el volcán en Islandia. Por fortuna, para la fecha de nuestro vuelo, las actividades aéreas se reanudaron y tuvimos un trayecto sin contratiempos.


Pasear por una ciudad en donde la circulación vehicular va en sentido contrario era peligroso. Uno está acostumbrado a voltear a la izquierda y luego a la derecha para cruzar una avenida; pero en estos casos, hacerlo en ese orden puede ser trágico, porque los coches transitan al revés. El ayuntamiento irlandés debe haberlo sospechado, porque en los cruces peatonales hay letreros que indican al transeúnte hacia dónde debe mirar.

Otra curiosidad fue la gran cantidad de bares irlandeses, los originales “irish pubs” que tanto nos gusta imitar en otras ciudades. Era lógico que los veríamos, pero no nos imaginábamos que tendrían ese espíritu vikingo , que lleva a los asistentes a ondear sus vasos de cerveza al son del acordeón, la guitarra y el violín.


Qué decir de la Guinness, esa bebida misteriosa y soberbia, que se jacta de llevar de logotipo el estandarte de la propia ciudad: el arpa. Esta espléndida cerveza espumosa -que adquiere su color obscuro minutos después de ser servida- es además protagonista de uno de los puntos turísticos más populares: la Guinness Storehouse, un museo de siete plantas que explica el proceso de elaboración de la bebida, mientras brinda datos curiosos que revelan la importancia que ha tenido en la cultura irlandesa.


La avenida O’Conell, el monumento a Oscar Wilde, la Aguja, el Trinity College, la estatua de Molly Malone, el edificio de Correos, el Temple Bar, las dos catedrales y el banco sin ventanas, fueron parte del recorrido por Dublín. Regresamos justo a tiempo a Donostia, antes de que nuevamente se cerraran los aeropuertos... quizás tantos tréboles de buenas suerte tuvieron algo que ver en esto.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Rodar y rodar


La semana pasada tomamos un tren que nos llevó a Hendaya, y de ahí continuamos el camino pedaleando hasta la ciudad francesa de Biarritz. Sí señores, finalmente saqué la bicicleta de San Sebastián, y tuve la oportunidad de disfrutar de las carreteras que bordean la costa vasca, acompañada de un buen clima, equipada con unos frenos recién ajustados y unas rodillas de veinte años.

En el trayecto, había que detenerse de tanto en tanto para preciar el intenso azul marino, junto a las formaciones de flysch que se extienden por el litoral, y divisar las bahías de los pueblitos pesqueros que se enfilan uno a uno por el borde del mar. Pasamos por San Juan de Luz, Getaria y finalmente llegamos a Biarritz, que nos recibió con una cálida puesta de sol.

Creo que es una de las cosas que más he disfrutado, no sé si fue por la incógnita de no saber si iba a poder con el viaje, o por las ganas que tenía de probar el carril bici, o porque no conocía esos poblados detrás de la frontera. Supongo que fue el conjunto de todo lo anterior, que me motivó durante el recorrido y hasta hizo que el cansancio y el dolor de músculos del día siguiente supieran rico.

lunes, 19 de abril de 2010

Donostia primaveral


La primavera se contonea alegremente por San Sebastián. Apenas la temperatura subió unos grados, los arbolitos enfilados a lo largo del Río Urumea se llenaron de hojas frescas, los jardines del Alderdi Eder y del Teatro María Cristina fueron engalanados con montones de tulipanes y otras flores de colores, y el parque que cruzamos todos los días para ir a clases está más verde y lindo que nunca.

Durante el día, la ciudad entera se llena de vida, se siente alegre y cálida. Las cafeterías y restaurantes sacan sus mesas para ofrecer bocadillos al aire libre. La gente pasea por las calles; los padres llevan a sus bebitos en carriolas elegantes, como de costumbre, pero ahora colocan una coqueta sombrilla para protegerlos de los rayos del sol.

La playa se colma de cuerpecitos tirados en la arena, de chicos jugando a la pelota en La Concha, o de surfistas vestidos con sus trajes de neopreno en la Zurriola. Algunos veleros se aventuran a navegar en torno a la isla de Santa Clara.

De noche, el puerto es escenario de la fiesta nocturna del “botellón”, donde todo aquel que desea participar no tiene más que llevar consigo una buena botella de licor, cualquiera que sea: cerveza, sangría, tinto de verano o “calimotxo” elaborado con vino Don Simón. La velada se acompaña de una hermosa vista de la ciudad reflejada en las aguas del Cantábrico.

Supongo que hace falta pasar un año entero en San Sebastián para entender sus múltiples facetas… lo que significa que tendré que regresar en otra ocasión ;)

jueves, 15 de abril de 2010

¡Bicicleta!

A partir de ayer, al entrar a nuestro piso nos recibe una nueva acompañante: una bicicleta. No puedo ocultar que me lleno de alegría al escribir sobre ella. Karol nos prestó una bici. Aunque estaba correteada, desgastada y sin frenos, Ana y yo nos mostramos dispuestas a hacer los arreglitos necesarios para dejarla utilizable, por lo menos durante los meses que nos restan en Donostia.

No es la bici más cómoda que he montado: es de "carretera", según dijo el técnico. Yo nomás conocía las BMX, las de ciudad, las de montaña y las de carreras. Pero con todo y su manubrio raro, ya me permitió estrenar el bidegorri y cruzarme con los tantos y tantas ciclistas donostiarras, de todas las edades y estilos.

Me acordé de la Vía RecreActiva en los domingos familiares, y de los paseos nocturnos en Guadalajara. Me dio nostalgia, y me dieron más ganas de seguir paseando. Quiero pedalear por la Zurriola, el Paseo de la Concha, la playa de Ondarreta y llegar hasta el Peine del Viento. Después de eso, quién sabe a dónde nos lleve la Costa Cantábrica.


Me tardé en conseguirla, pero ahora que la bicicleta ya está aquí, definitivamente vamos a tener que sacarle provecho. Esas rueditas recién ajustadas apenas se están desperezando...

sábado, 10 de abril de 2010

Costa Azul (parte 2)


La carretera que nos llevó a Italia me pareció fascinante: era una vía en las alturas, desde donde se contemplaban los pequeños pueblos costeros, con sus puertos y sus pintorescas casitas. Nuestro combustible se terminaba, así que los del Fiesta decidimos desviarnos hacia uno de los poblados: Bordighera. Fue la primera vez que nos comunicamos con italianos para localizar una estación de servicio. Cargamos el tanque y retomamos la autopista, sin olvidar unas cuantas fotografías para el recuerdo. Más adelante en la ruta nos desviamos nuevamente –ahora por puro gusto- en el pueblo de Andora. El frío arreciaba, entonces nos detuvimos en la cafetería “Los Amigos” para tomar un rico capuccino caliente.




Llegamos a Génova cerca de las 6 de la tarde. Nos recibió la imagen de una gran ciudad industrializada: cortinas de metal, maquinaria pesada y grúas que obstruían la vista a la playa. Calles serpenteantes nos llevaban sin rumbo aparente, hasta que una amable señora a bordo de su camioneta, se ofreció a guiarnos hacia el hostal. Mientras tanto, los demás tripulantes habían recogido a Aranza de la estación de autobuses, y con un miembro más, turisteaban por el centro. Pronto regresaron al hostal a reunirse con nosotros, y juntos salimos a ver la ciudad a obscuras. Tomamos algunas cervezas y disfrutamos de la noche entre risas, bailes y charlas internacionales.


Nos costó levantarnos el domingo, pero nos esperaba la hermosa ciudad de Turín. Llovía y hacía más frío de lo esperado. Al llegar al centro, nos abrigamos bien y quisimos conseguir un mapa, pero la máquina expendedora se robó nuestro medio euro. Guiados por la intuición, caminamos por la Vía Po; pasamos por el Museo de la Mole, vimos el río y los bellos puentes, probamos los “gelatos” y compré un libro en un puesto callejero. Al atardecer nos dirigimos al hostal, ubicado a las afueras. Nos pesaba el cansancio después de tantos días de intenso viaje, y renegamos aún más cuando encontramos carreteras bloqueadas que nos hicieron dar varios rodeos para poder llegar. Al final pudimos descansar un poco en las habitaciones, sólo para esperar la hora de salida del autobús de Aranza. La llevamos a la estación, cenamos, y nos fuimos a dormir. Ana estuvo feliz de que su hermana hubiese podido acompañarnos, aunque fuera un par de días.


El lunes visitamos el centro de entrenamiento de la Juventus. Estaba cerrado, pero tomamos fotos desde afuera. Turín se despedía de nosotros con un lindo sol y la vista de los Pirineos nevados en el horizonte. Tomamos la carretera a Lyon, pero como se hizo costumbre, los viajeros del Fiesta tomamos algunas desviaciones para conocer los pueblitos que encontrábamos en el camino.


La primera parada la hicimos en Carrefour, donde nos surtimos de víveres y donde finalmente encontré el famosos Ratatouille, un platillo originario de Niza que se me había estado escondiendo. Ya con provisiones, fuimos a caer en un poblado para esquiadores, cuyas calles estaban adornadas con nieve acumulada (probablemente del día anterior); después estuvimos al borde de un lago con casitas como de cuento, y más adelante seguimos el cauce de un río junto a la carretera federal. Fue quizás un largo trayecto, pero sin duda el más divertido. El estéreo tocaba a Andrés Calamaro y a Fito Páez, y yo coincidía en que “me gusta estar al lado del camino”.


Cuando llegamos a Lyon, la oficina de Turismo había cerrado. Nos dirigimos al hostal, donde nos recibió un simpático gato y su orgullosa dueña, que nos entregó las llaves de la habitación y nos proporcionó un mapa. Luego tomamos el metro y el funicular, y llegamos a la parte más alta de la ciudad, donde se ubica la “Basilique Notre Dame de Fourvière”. Tuvimos una majestuosa vista nocturna de la metrópoli, fotografiamos la catedral y la réplica de la Torre Eiffel, y bajamos caminando por unas escaleritas interminables (456 escalones, según Tay). Pasamos por el Museo de Bellas Artes, el teatro de la Ópera, la plaza roja y cruzamos los dos ríos que atraviesan Lyon.

Por la noche, salimos todos juntos a brindar por el término de nuestro viaje. Al día siguiente emprenderíamos el regreso a San Sebastián, para dar fin a la travesía de Semana Santa. Tomamos unas cervezas y compartimos lo que una y otra tripulación vivimos por separado, y también recordamos los momentos relevantes que pasamos en conjunto. Aunque estábamos agotados, fue una buena manera de despedir el paseo.


El martes nos esperaba un largo recorrido: más de 800 kilómetros, según el GPS. Ambos automóviles nos mantuvimos juntos lo más posible, e hicimos una escala en la ciudad amurallada de Carcassonne. Un castillo medieval era el punto de encuentro para los visitantes, y al interior, había una serie de callejuelas repletas de tiendas y cafés.


El resto del viaje lo pasamos tranquilo, entre canciones y charlas de carretera, haciendo lo posible por mantenernos despiertos y darle apoyo moral al conductor. Llegamos a Donostia cerca de las 12 de la noche, exhaustos pero satisfechos por el exitoso viaje, y esperando una nueva oportunidad para tomar la autovía hacia un destino distinto.

jueves, 8 de abril de 2010

Costa Azul (parte 1)


Federico conducía el Fiesta rojo, con Karol y Chuy a bordo. Jorge manejaba el Kia Ceed plateado, con Ana y Tay y yo. Los siete nos disponíamos a recorrer las carreteras de la Costa Azul, al sur de Francia, sin imaginarnos lo espléndido que sería nuestro viaje, con las maravillosas vistas y los impredecibles días de sol y de lluvia que nos acompañarían alternadamente. La Semana Santa apenas estaba comenzando.


El primer punto fue Nimes, una ciudad pequeña que serviría como escala para el resto viaje. Viajamos en la noche del miércoles para llegar a dormir a un hotelito, donde Ana, Tay y yo compartimos una linda habitación rosada. Lo poco que pudimos ver de Nimes fue el jueves temprano, cuando salimos en los autos rumbo a la autopista, no sin antes fotografiar su catedral gótica y el anfiteatro. Brillaba el sol y soplaba el viento con muchas ganas.


Ese jueves santo era el más ambicioso: queríamos conocer Marsella, Saint Tropez y llegar a dormir a Cannes. Llegamos a Marsella con un par de horas de retraso respecto al plan inicial, pero nada impidió que disfrutáramos su puerto, las increíbles vistas desde la iglesia en lo alto del monte, y ese azul profundo del Mar Mediterráneo. Cuando dejamos Marsella, la alineación de la tripulación cambió: Chuy y yo intercambiamos lugares, así que en lo sucesivo, mis compañeros de nave fueron Karol y Federico.

Cuando obscurecía, llegamos al opulento puerto de Saint Tropez. Los yates de lujo y los carros último modelo invadían los alrededores, además de restaurantes caros. No pasó mucho tiempo cuando nos entró la prisa por llegar al próximo destino, así que pronto emprendimos el camino a Cannes.


La mañana del viernes empezamos con un café McDonalds. Dejamos el hotel y nos dirigimos al centro de Cannes, donde quedé maravillada. Qué lugar más glamoroso, con esas amplias playas, las filas de palmeras, los grandes hoteles, y el “Palais des Festivals et des Comgrés”, sede del afamado Festival de Cine de la ciudad. Los valientes probaron las aguas mediterráneas, pero las chicas preferimos sólo mirar sentadas en la arena. Nos fotografiamos en una cascada con aguas del canal del Vesubio, en lo alto del monte, desde donde veíamos el imponente océano.




Después viajamos a Niza. Durante el trayecto tuvimos el mar a un lado, e hicimos una parada para verlo de cerquita. Al llegar, nos registramos en el hostal y luego tomamos el tranvía para llegar al centro. En una larga caminata recorrimos la plaza central, el Palacio de Justicia, el puerto, el Museo de Arte Contemporáneo y el Polideportivo. Nos perdimos un buen rato tratando de volver al hostal, pero Tay, Ana y yo teníamos un buen panqué y una cajita de leche para amenizar el momento. Finalmente, Karol y Federico, que se nos habían adelantado, nos encontraron en uno de los carros y pudimos regresar.


El sábado desayunamos en el hostal. Tras unas rebanadas de pan con mermelada, jugo y cereal, estuvimos listos para continuar el paseo. Estaba nublado y lloviznaba un poco. Pasamos por la Catedral Rusa para tomar algunas fotos, y enseguida tomamos la carretera hacia Mónaco. El segundo país más pequeño del mundo después del Vaticano.

En el camino, las dos tripulaciones nos apartamos, así que conocimos Monte Carlo por separado. El Casino nos deslumbró con sus jardines a desnivel llenos de tulipanes, con Lamborghinis y Porches estacionados alrededor. La ruta de Fórmula Uno que cruza la ciudad nos permitió acelerar un poco para experimentar la adrenalina de la velocidad. Caminamos por el Palacio del Príncipe y por el Instituto Oceanográfico, deteniéndonos en las tiendas de souvenirs y disfrutando de la espectacular vista. Compramos unas hamburguesas para el camino y nos dirigimos a Génova.

sábado, 27 de marzo de 2010

Temporada de sidra


En casi todas las regiones del planeta, las culturas rinden homenaje a alguna bebida alcohólica, según su tradición. En el País Vasco, la madre y señora de los tragos es la sidra, que protagoniza honrosamente el festín de bacalao y chuletón que se ofrece en las sidrerías.

Así es, durante febrero y marzo, propios y extraños se reúnen frente a largas mesas de madera, para disfrutar del zumo de manzana fermentado. Las barricas o “kupelas” han aguardado por meses la pulpa de manzana guipuzcoana, a la espera del grito de “Txotx”, que es la señal para que los comensales se acerquen a recoger la sidra en sus vasos de cristal. Uno tras otro, deben interceptar el chorro a presión que viene de la kupela, servirse apenas un par de tragos y disfrutar al momento del sabor dulce/ácido de la bebida.

Los platillos típicos engalanan esta fiesta culinaria: empezando por chorizos a la sidra, seguidos por tortilla de bacalao, después bacalao a los pimientos, chuletón de buey, y queso curado con membrillo y nueces, para cerrar. Se trata de una experiencia gustativa inigualable, mientras los grados de alcohol etílico de los presentes se van elevando, hasta culminar con un formidable ambiente festivo en toda la sidrería.

Finalmente pudimos disfrutar de una de las tradiciones vascas. Fue un excelente preludio para lo que viene: ¡las vacaciones de Semana Santa!

viernes, 26 de marzo de 2010

Mi "núcleo familiar"

A casi dos meses de vivir en San Sebastián, con un grupo de mexicanos que hasta hace poco eran perfectos desconocidos, he comprobado la importancia de mantener una buena relación con los compañeros de piso. A primera vista, lo anterior puede parecer bastante obvio, pero verdaderamente es un factor determinante en la experiencia del intercambio.

De un momento a otro, pasé de vivir con mamá, papá y hermano (con quienes he estado toda la vida) a formar parte en un grupo de tres chicas y dos chicos, todos distintos, con mentalidades y actitudes diversas, pero reunidos con el objetivo común de disfrutar nuestra estancia en el País Vasco. Como diría mi profesor de audiovisual: somos integrantes de un “núcleo familiar”.

Debo reconocer que me siento muy satisfecha con mis roomies: respetamos nuestros espacios y pertenencias, cooperamos con los deberes del hogar, salimos juntos de vez en cuando y procuramos la convivencia en algún momento del día. Y soy afortunada, porque no todos los Erasmus han corrido con la misma suerte: unos tienen conflictos con sus compañeros, otros no logran organizarse para realizar las tareas caseras, o simplemente no hay interés de los miembros para entablar una relación.

Naturalmente, hay momentos en los que nosotros tampoco concordamos del todo, pero siempre está la disposición de hablar para entendernos y mejorar la convivencia, y eso es lo más sobresaliente. Tratamos de que el llegar a casa sea un motivo de gusto, y al parecer lo estamos haciendo bien.

Tay, Benjamín, Ana, Chuy y yo cohabitamos, sí, pero también convivimos, aprendemos, toleramos y nos adaptamos. No somos ni seremos iguales, pero compartimos ese sentido de pertenencia a un mismo núcleo, ubicado en un segundo piso de la calle San Martín.

lunes, 15 de marzo de 2010

Los muros cuentan historias

¿Quién es Jon? me preguntaba yo. ¿Por qué es tan popular en Donostia, y en Lekeitio, y en Pamplona? Veía su foto una y otra vez en pósters de la ciudad, veía su nombre en graffitis, esténciles y mantas escritas en euskera. ¿Es acaso un preso político, un héroe nacional, un criminal buscado? Se lo hice notar a Ana. Jon, fuera quien fuera, era aclamado por los vascos, y nadie daba con él.

"¿Non da Jon?" Preguntaban los muros de Guipúzcoa, y yo me acordaba de aquel tiempo en el que me ponía a investigar sobre el graffiti y el arte urbano. Me daba nostalgia por las veces que iba a la biblioteca de la universidad y sacaba libros de sociología, para leer sobre las pintas, sus significados, y la manera como éstas reflejaban la identidad de las ciudades.

Ni el trabajo escolar que entregué alguna vez sobre ese tema me dejó tan claro el hecho de que los muros cuentan historias. A mi me contaron la historia de Jon Anza, un militante de la ETA, desaparecido hace más de un año, cuya desaparición se adjudicaba a la llamada “guerra sucia” entre la organización terrorista y los gobiernos de Francia y España. Los carteles además reprobaba la tortura y reclamaban el respeto a los derechos humanos.

En el noticiero hablaron de Jon. “¡Es el de los graffitis!” le dije a Ana. Al fin lo encontraron… en una morgue, en Francia. Estuvo en el refrigerador todo este tiempo, desde su desaparición; lo encontraron sin identificaciones y nadie lo había reconocido. La causa de muerte: un paro cardiaco. La respuesta de la comunidad vasca: indignación por recibir una respuesta poco creíble sobre el paradero de Anza, por la ocultación de información y por la guerra sucia. Consecuencia: una manifestación por las calles de San Sebastián, que vimos desde el balcón de nuestro piso.

Estábamos sorprendidas por la cantidad de gente reunida. Muchos llevaban la bandera de Euskadi, o iban vestidos de rojo y verde. Ahí estaba el nacionalismo vasco, tomando la calle frente a la catedral, denunciando a la policía y reclamando democracia pacíficamente. Jon resultó ser más popular de lo que creíamos, a pesar de haber estado 20 años en la cárcel por verse implicado en el asesinato de un funcionario de San Sebastián.

Todavía nos falta mucho para entender la cultura vasca. Vamos poco a poco siguiendo la pista de personajes, acontecimientos, ideologías, partidos, eventos históricos. En esta ocasión, los mensajes en los muros nos dieron la pauta para enterarnos de todo esto, pero en lo sucesivo nos toca a nosotras desentrañar los misterios de una comunidad fascinante: la del País Vasco.



(Los muros no hablan con todo mundo, sólo con los que están dispuestos a ponerles atención, y por lo visto, los donostiarras -y algunas Erasmus- echamos de vez en cuando una mirada a los escritos anónimos de las paredes).

jueves, 11 de marzo de 2010

Movilidad


San Sebastián hace gala de su excelente planeación en materia de movilidad. Tiene aceras para los peatones, rampas bien diseñadas en cada esquina, bidegorris (caminos rojos) para los ciclistas y calles impecables para los automóviles. Los transeúntes saben cuál es el camino que les corresponde, nadie invade la ruta del otro, se respeta la preferencia del peatón y se llega con bien a su destino. Y además de la infraestructura, el servicio de autobuses es ejemplar: las unidades son grandes y modernas, los operadores conducen con suavidad y son respetuosos de las señales viales. ¿No es acaso una clara evidencia de cultura en una sociedad?

Confieso que una de las razones por las que decidí venir de intercambio a este lugar, fue precisamente para experimentar estas formas evolucionadas de transitar con seguridad y eficiencia. Lo confieso, y expreso mi absoluta satisfacción de pasear por ahí, e ir a la escuela, e ir al bulevar, e ir a hacer las compras, y tener la confianza de que la calle es un espacio que puedo disfrutar. Me declaro enamorada de las bicicletas que me rondan, de los andadores peatonales que se llenan de gente, de los vehículos que me ceden el paso, y todo ello gracias a esa estrategia de movilidad que tanto desearía importar a mi país.

Quizás, en algún momento de la historia, habrá un poco de convicción para que en México intentemos adoptar formas diferentes de transportarnos. Quizás no. Así que por lo pronto, admiro lo que hay aquí y trato de entender qué hace falta para que Guadalajara tenga un poquito de Donostia en sus calles.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Desastres


Parece que el mundo se ha vuelto loco. Y no es para menos, con lo mucho que nos hemos empeñado en dañarlo, ya era hora de que empezara a reclamar. El sábado pasado, San Sebastián encendió la alerta roja, porque se venía una “ciclogénesis explosiva”, un fenómeno atmosférico caracterizado por vientos de hasta 120 km/hr. Con tremendo nombre, nos mantuvimos alerta, pero por fortuna no nos tocó ver más que algo de viento, más fuerte de lo usual, pero sin llegar a provocarnos mayores inconvenientes.

Mientras tanto, nuestros compañeros de Chile sufren por enterarse, desde lejos, de los graves deterioros ocurridos en su país tras el terremoto del fin de semana. Rodrigo, originario de Santiago y habitante de Valparaíso, nos comparte la impotencia que siente de hablar con su familia y darse cuenta de lo mal que la está pasando allá toda su gente, mientras el está aquí, sin poder hacer nada. Las réplicas son constantes, y los trabajos de rescate y de reconstrucción tomarán mucho tiempo más. Rodrigo se debate entre hacer caso a su madre y quedarse aquí, en territorio seguro, o regresar y vivir con los suyos las consecuencias de la tragedia.

A veces siento que los Erasmus vivimos como en un sueño, pasamos los días conociendo mucho, estudiando poco, viviendo libres de preocupaciones. Pero sucesos como esos nos regresan a la realidad, nos recuerdan nuestra fragilidad frente a la fuerza de la naturaleza. El planeta nos está exigiendo respeto a gritos.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un catarrito


Cuando la salud se va, se siente aún más la distancia del hogar. Se siente y se resiente, porque no están ahí los cariños de la familia: la sopita caliente de mamá o las medicinas a media noche de papá. A mis 20 años, confieso que no había pasado un catarro fuera de casa, y que, teniendo un padre doctor, en muy pocas ocasiones había tenido que asistir personalmente al centro de salud.

Todo esto viene a colación porque, a partir del día de la nevada, mi sistema inmunológico empezó a quejarse. Comencé con un ligero dolor de garganta que se convirtió en gripa y después en intensa tos que no me dejaba dormir. Pensé que abrigarme bien y tomar té con miel sería suficiente, pero cuando pasaban los días y mi garganta se sentía peor, decidí que lo mejor sería buscar asistencia médica profesional.

En la universidad de recomendaron una clínica en la que podrían atenderme, pero al llegar me negaron el servicio porque mi seguro no tenía cobertura en ese hospital. De ahí se derivó el siguiente problema: contactar al seguro, porque a pesar de que las líneas telefónicas presumen ser gratuitas, en mi celular se agotó el saldo y no logré completar la solicitud de atención médica.

Fue hasta que Benjamín llegó a casa, cuando pude llamar a mis padres, y con la voz entrecortada les pedí que contactaran a la oficina de seguros en México. Minutos después recibía indicaciones vía telefónica, directamente del seguro, para dirigirme a un centro médico cercano a mi domicilio.

Me atendieron enseguida: revisión general, pulso, temperatura, respiración, placas del tórax, prescripción del tratamiento. ¡Listo! “Es un catarrito”, dijo el doctor, pero me hará batallar por al menos una semana más. Para mi sorpresa, el jarabe está siendo más efectivo de lo que creí, y los síntomas van disminuyendo paulatinamente, mientras el clima de San Sebastián se pone más agradable para apoyar mi recuperación.

Lo siento, pero ni los virus ni los gérmenes van a poder contra mis ganas de pasear por Europa: ¡el fin de semana nos vamos a Bilbao!

jueves, 11 de febrero de 2010

El piso se cubre de blanco


Ya no se me hace extraño sentir el ambiente frío al salirme de entre las cobijas. No es raro, ciertamente, porque nos encontramos más cerca del polo. Pero vaya que fue una sorpresa levantarnos por la mañana y descubrir que caían copos de nieve. Sí señores, copos delicados de linda y blanca nievecita. Primero sólo unos cuantos se arremolinaban en las aceras y balcones, luego empezaron a caer a borbotones formando blancas cortinas translúcidas.

Es la primera vez que veo una nevada de verdad. Lo decía el pronóstico del clima, pero ninguno de nosotros se lo había tomado en serio. Lo peor era saber que teníamos que ir a la escuela, pero lo mejor fue ver los árboles, los jardines, los carros, los paraguas de la gente luciendo la escarcha, como crema batida sobre una taza de café.

El frío estaba tremendo. Las pantallas decían que estábamos a 1 grado de temperatura, y aunque mi cuerpo estaba reclamando llegar pronto a un refugio, mis ojos se regocijaban en esas escenas de ciudad nevada, que ni me había imaginado tener la oportunidad de disfrutar.

Por lo pronto se nos arruinaron los planes de pasear por Tolosa para el carnaval, pero sigo sonriendo por ese lindo regalo invernal, y por pensar en las fiestas regionales que nos tocarán todo el fin de semana.

domingo, 7 de febrero de 2010

Tan lejos de casa, todos los latinos somos hermanos


Si eres del otro lado del atlántico, entonces eres del clan. No importa si eres mexicano, chileno, hondureño, uruguayo, nos une un mismo sentimiento de tener nuestra tierra lejos, nuestros sabores, nuestros sonidos, nuestros bailes. Aquí los mexicanos extrañamos el chile ( el “ají” como dicen los chilenos), extrañamos que la comida se exceda en condimentos, extrañamos los limones verdes, las tortillas, los frijolitos en el desayuno.

Ayer encontramos la tiendita “La Catracha”, una sucursal de latinoamérica en pleno territorio español, un rinconcito donde se honra al maíz y al tomatillo, donde sí conocen el tamal y el totopo, la salsa Valentina, la Maseca y las paletas de mango con chile.

“La Catracha” es un oasis en el paraíso europeo, que nos ayuda a extrañar menos, y nos invita a probar las dotes de cocineros para compartir con otros el gusto de nuestros países. Aquí sí se encuentran los ingredientes, pero lo más importante, aquí se siente el verdadero sabor latino.