sábado, 27 de marzo de 2010
Temporada de sidra
En casi todas las regiones del planeta, las culturas rinden homenaje a alguna bebida alcohólica, según su tradición. En el País Vasco, la madre y señora de los tragos es la sidra, que protagoniza honrosamente el festín de bacalao y chuletón que se ofrece en las sidrerías.
Así es, durante febrero y marzo, propios y extraños se reúnen frente a largas mesas de madera, para disfrutar del zumo de manzana fermentado. Las barricas o “kupelas” han aguardado por meses la pulpa de manzana guipuzcoana, a la espera del grito de “Txotx”, que es la señal para que los comensales se acerquen a recoger la sidra en sus vasos de cristal. Uno tras otro, deben interceptar el chorro a presión que viene de la kupela, servirse apenas un par de tragos y disfrutar al momento del sabor dulce/ácido de la bebida.
Los platillos típicos engalanan esta fiesta culinaria: empezando por chorizos a la sidra, seguidos por tortilla de bacalao, después bacalao a los pimientos, chuletón de buey, y queso curado con membrillo y nueces, para cerrar. Se trata de una experiencia gustativa inigualable, mientras los grados de alcohol etílico de los presentes se van elevando, hasta culminar con un formidable ambiente festivo en toda la sidrería.
Finalmente pudimos disfrutar de una de las tradiciones vascas. Fue un excelente preludio para lo que viene: ¡las vacaciones de Semana Santa!
viernes, 26 de marzo de 2010
Mi "núcleo familiar"
A casi dos meses de vivir en San Sebastián, con un grupo de mexicanos que hasta hace poco eran perfectos desconocidos, he comprobado la importancia de mantener una buena relación con los compañeros de piso. A primera vista, lo anterior puede parecer bastante obvio, pero verdaderamente es un factor determinante en la experiencia del intercambio.
De un momento a otro, pasé de vivir con mamá, papá y hermano (con quienes he estado toda la vida) a formar parte en un grupo de tres chicas y dos chicos, todos distintos, con mentalidades y actitudes diversas, pero reunidos con el objetivo común de disfrutar nuestra estancia en el País Vasco. Como diría mi profesor de audiovisual: somos integrantes de un “núcleo familiar”.
Debo reconocer que me siento muy satisfecha con mis roomies: respetamos nuestros espacios y pertenencias, cooperamos con los deberes del hogar, salimos juntos de vez en cuando y procuramos la convivencia en algún momento del día. Y soy afortunada, porque no todos los Erasmus han corrido con la misma suerte: unos tienen conflictos con sus compañeros, otros no logran organizarse para realizar las tareas caseras, o simplemente no hay interés de los miembros para entablar una relación.
Naturalmente, hay momentos en los que nosotros tampoco concordamos del todo, pero siempre está la disposición de hablar para entendernos y mejorar la convivencia, y eso es lo más sobresaliente. Tratamos de que el llegar a casa sea un motivo de gusto, y al parecer lo estamos haciendo bien.
Tay, Benjamín, Ana, Chuy y yo cohabitamos, sí, pero también convivimos, aprendemos, toleramos y nos adaptamos. No somos ni seremos iguales, pero compartimos ese sentido de pertenencia a un mismo núcleo, ubicado en un segundo piso de la calle San Martín.
De un momento a otro, pasé de vivir con mamá, papá y hermano (con quienes he estado toda la vida) a formar parte en un grupo de tres chicas y dos chicos, todos distintos, con mentalidades y actitudes diversas, pero reunidos con el objetivo común de disfrutar nuestra estancia en el País Vasco. Como diría mi profesor de audiovisual: somos integrantes de un “núcleo familiar”.
Debo reconocer que me siento muy satisfecha con mis roomies: respetamos nuestros espacios y pertenencias, cooperamos con los deberes del hogar, salimos juntos de vez en cuando y procuramos la convivencia en algún momento del día. Y soy afortunada, porque no todos los Erasmus han corrido con la misma suerte: unos tienen conflictos con sus compañeros, otros no logran organizarse para realizar las tareas caseras, o simplemente no hay interés de los miembros para entablar una relación.
Naturalmente, hay momentos en los que nosotros tampoco concordamos del todo, pero siempre está la disposición de hablar para entendernos y mejorar la convivencia, y eso es lo más sobresaliente. Tratamos de que el llegar a casa sea un motivo de gusto, y al parecer lo estamos haciendo bien.
Tay, Benjamín, Ana, Chuy y yo cohabitamos, sí, pero también convivimos, aprendemos, toleramos y nos adaptamos. No somos ni seremos iguales, pero compartimos ese sentido de pertenencia a un mismo núcleo, ubicado en un segundo piso de la calle San Martín.
lunes, 15 de marzo de 2010
Los muros cuentan historias
¿Quién es Jon? me preguntaba yo. ¿Por qué es tan popular en Donostia, y en Lekeitio, y en Pamplona? Veía su foto una y otra vez en pósters de la ciudad, veía su nombre en graffitis, esténciles y mantas escritas en euskera. ¿Es acaso un preso político, un héroe nacional, un criminal buscado? Se lo hice notar a Ana. Jon, fuera quien fuera, era aclamado por los vascos, y nadie daba con él.
"¿Non da Jon?" Preguntaban los muros de Guipúzcoa, y yo me acordaba de aquel tiempo en el que me ponía a investigar sobre el graffiti y el arte urbano. Me daba nostalgia por las veces que iba a la biblioteca de la universidad y sacaba libros de sociología, para leer sobre las pintas, sus significados, y la manera como éstas reflejaban la identidad de las ciudades.
Ni el trabajo escolar que entregué alguna vez sobre ese tema me dejó tan claro el hecho de que los muros cuentan historias. A mi me contaron la historia de Jon Anza, un militante de la ETA, desaparecido hace más de un año, cuya desaparición se adjudicaba a la llamada “guerra sucia” entre la organización terrorista y los gobiernos de Francia y España. Los carteles además reprobaba la tortura y reclamaban el respeto a los derechos humanos.
En el noticiero hablaron de Jon. “¡Es el de los graffitis!” le dije a Ana. Al fin lo encontraron… en una morgue, en Francia. Estuvo en el refrigerador todo este tiempo, desde su desaparición; lo encontraron sin identificaciones y nadie lo había reconocido. La causa de muerte: un paro cardiaco. La respuesta de la comunidad vasca: indignación por recibir una respuesta poco creíble sobre el paradero de Anza, por la ocultación de información y por la guerra sucia. Consecuencia: una manifestación por las calles de San Sebastián, que vimos desde el balcón de nuestro piso.
Estábamos sorprendidas por la cantidad de gente reunida. Muchos llevaban la bandera de Euskadi, o iban vestidos de rojo y verde. Ahí estaba el nacionalismo vasco, tomando la calle frente a la catedral, denunciando a la policía y reclamando democracia pacíficamente. Jon resultó ser más popular de lo que creíamos, a pesar de haber estado 20 años en la cárcel por verse implicado en el asesinato de un funcionario de San Sebastián.
Todavía nos falta mucho para entender la cultura vasca. Vamos poco a poco siguiendo la pista de personajes, acontecimientos, ideologías, partidos, eventos históricos. En esta ocasión, los mensajes en los muros nos dieron la pauta para enterarnos de todo esto, pero en lo sucesivo nos toca a nosotras desentrañar los misterios de una comunidad fascinante: la del País Vasco.
(Los muros no hablan con todo mundo, sólo con los que están dispuestos a ponerles atención, y por lo visto, los donostiarras -y algunas Erasmus- echamos de vez en cuando una mirada a los escritos anónimos de las paredes).
"¿Non da Jon?" Preguntaban los muros de Guipúzcoa, y yo me acordaba de aquel tiempo en el que me ponía a investigar sobre el graffiti y el arte urbano. Me daba nostalgia por las veces que iba a la biblioteca de la universidad y sacaba libros de sociología, para leer sobre las pintas, sus significados, y la manera como éstas reflejaban la identidad de las ciudades.
Ni el trabajo escolar que entregué alguna vez sobre ese tema me dejó tan claro el hecho de que los muros cuentan historias. A mi me contaron la historia de Jon Anza, un militante de la ETA, desaparecido hace más de un año, cuya desaparición se adjudicaba a la llamada “guerra sucia” entre la organización terrorista y los gobiernos de Francia y España. Los carteles además reprobaba la tortura y reclamaban el respeto a los derechos humanos.
En el noticiero hablaron de Jon. “¡Es el de los graffitis!” le dije a Ana. Al fin lo encontraron… en una morgue, en Francia. Estuvo en el refrigerador todo este tiempo, desde su desaparición; lo encontraron sin identificaciones y nadie lo había reconocido. La causa de muerte: un paro cardiaco. La respuesta de la comunidad vasca: indignación por recibir una respuesta poco creíble sobre el paradero de Anza, por la ocultación de información y por la guerra sucia. Consecuencia: una manifestación por las calles de San Sebastián, que vimos desde el balcón de nuestro piso.
Estábamos sorprendidas por la cantidad de gente reunida. Muchos llevaban la bandera de Euskadi, o iban vestidos de rojo y verde. Ahí estaba el nacionalismo vasco, tomando la calle frente a la catedral, denunciando a la policía y reclamando democracia pacíficamente. Jon resultó ser más popular de lo que creíamos, a pesar de haber estado 20 años en la cárcel por verse implicado en el asesinato de un funcionario de San Sebastián.
Todavía nos falta mucho para entender la cultura vasca. Vamos poco a poco siguiendo la pista de personajes, acontecimientos, ideologías, partidos, eventos históricos. En esta ocasión, los mensajes en los muros nos dieron la pauta para enterarnos de todo esto, pero en lo sucesivo nos toca a nosotras desentrañar los misterios de una comunidad fascinante: la del País Vasco.
(Los muros no hablan con todo mundo, sólo con los que están dispuestos a ponerles atención, y por lo visto, los donostiarras -y algunas Erasmus- echamos de vez en cuando una mirada a los escritos anónimos de las paredes).
jueves, 11 de marzo de 2010
Movilidad
San Sebastián hace gala de su excelente planeación en materia de movilidad. Tiene aceras para los peatones, rampas bien diseñadas en cada esquina, bidegorris (caminos rojos) para los ciclistas y calles impecables para los automóviles. Los transeúntes saben cuál es el camino que les corresponde, nadie invade la ruta del otro, se respeta la preferencia del peatón y se llega con bien a su destino. Y además de la infraestructura, el servicio de autobuses es ejemplar: las unidades son grandes y modernas, los operadores conducen con suavidad y son respetuosos de las señales viales. ¿No es acaso una clara evidencia de cultura en una sociedad?
Confieso que una de las razones por las que decidí venir de intercambio a este lugar, fue precisamente para experimentar estas formas evolucionadas de transitar con seguridad y eficiencia. Lo confieso, y expreso mi absoluta satisfacción de pasear por ahí, e ir a la escuela, e ir al bulevar, e ir a hacer las compras, y tener la confianza de que la calle es un espacio que puedo disfrutar. Me declaro enamorada de las bicicletas que me rondan, de los andadores peatonales que se llenan de gente, de los vehículos que me ceden el paso, y todo ello gracias a esa estrategia de movilidad que tanto desearía importar a mi país.
Quizás, en algún momento de la historia, habrá un poco de convicción para que en México intentemos adoptar formas diferentes de transportarnos. Quizás no. Así que por lo pronto, admiro lo que hay aquí y trato de entender qué hace falta para que Guadalajara tenga un poquito de Donostia en sus calles.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Desastres
Parece que el mundo se ha vuelto loco. Y no es para menos, con lo mucho que nos hemos empeñado en dañarlo, ya era hora de que empezara a reclamar. El sábado pasado, San Sebastián encendió la alerta roja, porque se venía una “ciclogénesis explosiva”, un fenómeno atmosférico caracterizado por vientos de hasta 120 km/hr. Con tremendo nombre, nos mantuvimos alerta, pero por fortuna no nos tocó ver más que algo de viento, más fuerte de lo usual, pero sin llegar a provocarnos mayores inconvenientes.
Mientras tanto, nuestros compañeros de Chile sufren por enterarse, desde lejos, de los graves deterioros ocurridos en su país tras el terremoto del fin de semana. Rodrigo, originario de Santiago y habitante de Valparaíso, nos comparte la impotencia que siente de hablar con su familia y darse cuenta de lo mal que la está pasando allá toda su gente, mientras el está aquí, sin poder hacer nada. Las réplicas son constantes, y los trabajos de rescate y de reconstrucción tomarán mucho tiempo más. Rodrigo se debate entre hacer caso a su madre y quedarse aquí, en territorio seguro, o regresar y vivir con los suyos las consecuencias de la tragedia.
A veces siento que los Erasmus vivimos como en un sueño, pasamos los días conociendo mucho, estudiando poco, viviendo libres de preocupaciones. Pero sucesos como esos nos regresan a la realidad, nos recuerdan nuestra fragilidad frente a la fuerza de la naturaleza. El planeta nos está exigiendo respeto a gritos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)